El Insomnio de Hernán

Por Ariel H. Simone[1] y Ernesto E. Domenech[2]

Se presenta aquí una experiencia, un relato, una anécdota de la vida cotidiana. Podría pasar inadvertida como tantas otras. Sin embargo, según los autores “Hernán” intervino con su sentido común, su “deber ser” profesional y su buena vecindad; y algo de esa intervención simple y sencilla repiquetea en el aire con preguntas que rondan a chicos y grandes.


A Hernán lo desvelan el asma y las cosas pendientes. Lo somete un sueño liviano; un insomnio mutante que alimenta las tareas aún sin concluir, los casi infinitos correos que deberá mandar o responder, y los ruidos impropios de la madrugada.

Un día, uno de ellos (un ruido impropio) lo sacó del sueño y de la cama. Fue el miércoles 30 de octubre de 2013 cerca de la hora 5. Cuando en la ciudad ningún gallo canta.

Lo escuchó en el patio de una de las tres torres del edificio de departamentos en el que vive con su mujer y sus niñas. Parecían pasos fuertes. Muy fuertes para esa hora de la madrugada.

Entonces espió por la ventana y vio a un joven que llevaba, corriendo por el largo pasillo que transita las torres, una bicicleta a la par. Salió como estaba, en calzoncillos, y caminó lentamente hacia el encuentro del joven que ya había llegado a la puerta que al terminar el pasillo besa la calle. Ahí fue cuando vio a otros dos chicos tras la puerta cerrada. Estos, al verlo, abandonaron a su amigo con resignación.

– “¿Qué hacés ahí?” - le dijo (no sabía bien si para reprender o preguntar).
– “Nada.”- Respondió el joven.
– “Ahhhh” (Pausa. Pensamientos encontrados quizá por la influencia de aquel insomnio).
– “¿Y esa bici?” - Indagó.
– “No sé. Yo entré a tomar agua.”

Evidentemente, la repuesta no lo satisfizo. Y como la bicicleta no era más que la de un vecino, lo aprehendió. Recordó la Constitución Provincial que había estudiado en “Publiquito”, y lo aprehendió.

Otros vecinos, que compartían su insomnio desde otros sitios, llamaron al 911. Hernán, fiel a las leyes que se juró cumplir y a la Constitución que en las flagrancias lo convertía en autoridad legítima, no estaba dispuesto a más que tomarlo del brazo y esperar con paciencia el titubear celeste de los patrulleros. Podía hacerlo sin temor, teniendo en cuenta su cuerpo y su estatura. Comparada claro con la del joven. Lo cierto es que este no se resistió ni en lo más mínimo.

– “Déjeme ir Don”, - repitió el joven una y otra vez.
– “No puedo viejo. ¿Cuántos años tenés?”
– “15”.
– “¿Y qué hacés acá?”
– “Entré a tomar agua.”
– “¿Qué estás haciendo tan tarde un día de semana en la calle? ¿Quiénes son esos pibes que te acompañaban?”
– “Don, déjeme ir”.

Y así pasaron los minutos hasta la llegada de algunos vecinos, que no demoró. Pocos: los que se “animaron a bajar”. El resto miraba por la ventana. No sabemos si por miedo a la situación o por pudor porque Hernán seguía en calzoncillos.

– “A los chicos como vos habría que matarlos a todos”.
– “Así está el país con gente como vos”.
– “Y yo pago los impuestos para que vos hagas esto”.
Aclamaban algunos vecinos nada afectos ni al diálogo ni a las normas.

La llegada de la policía tampoco demoró.

Y cuando estas cosas ocurren no hay más remedio que ir a la Comisaría y hacer los papeles. Los papeles empezaban por una denuncia. Y las denuncias y los papeles suelen no hablar más que con gerundios y con olvido de todo tipo de angustia, de dolor, de insomnio o de pesadilla. Son amortiguadores los papeles. Inhalan dolor y exhalan actas, denuncias o testimonios. Cuentos con pocos enigmas y ninguna sorpresa. Se pretenden calcos de hechos que fabrican golpe a golpe y letra a letra.

Hernán esperó y en la espera habló y habló. Entre otros con el comisario que sin demora en tiempos de urgencias y plazos exiguos llamó al Fiscal. Confirmó allí que el joven tenía 15 años, que en el lenguaje que le han enseñado en la Escuela de Derecho quiere decir que es inimputable. Absolutamente inimputable. Incapaz de toda culpabilidad relevante, ese elemento esencial en los delitos que definen las autoridades académicas. Incapaz de ser culpable y sujeto de derechos, no objeto de reformas, como suele repetirse paradigma a paradigma. Ergo (que en buen romance quiere decir entonces) hay que ordenar la libertad del joven. Y esa fue la certera respuesta del Fiscal que debe haber despertado la llamada del Comisario, con las pocas luces que dejan los sobresaltos, prontamente obedecida por la policía.

No sólo el asma desvelaba a Hernán. Los turnos desvelan a los Fiscales y los Jueces de Garantías si se han decidido a atender el teléfono que hoy por hoy los persigue por todo sitio, y en todo tiempo, como si fuese un otro oído, otro vigilante, un dios minúsculo y distributivo que sabe dónde estamos y qué respondemos. O una otra boca, un apéndice que cada tanto hay que enchufar para no quedar descargados.

Hernán quedó cavilando. El desvelo del asma pasó al desvelo de las preguntas. Él vio al niño. Él habló con él. Él, que nada sabía del joven que le rogaba “Don déjeme ir”. No sólo el asma desvelaba a Hernán, ahora lo atormentaban las preguntas. Hernán quedó perplejo: ¿de qué había servido su aprehensión en flagrante delito? ¿Le habría servido a alguien? ¿Quién escucharía al joven? ¿Alguien lo miraría alguna vez? Sacar una bicicleta, pensó, es casi banal, ¿significaría acaso algo que alguien debía escuchar? ¿Sería un lenguaje, aunque más fuese confuso y encriptado como un argot o un lunfardo?

Ahora sí he aquí su denuncia: “DECLARA: Que en el día de la fecha y promediando las 05.00 hs. se encontraba en su domicilio realizando un trabajo en la computadora, momento en el cual escucha unos pasos en el pasillo por lo que decide mirar por la ventana hacia el mismo, divisando la presencia de un sujeto que vestía buzo con capucha colocada de color azul, pantalón de jeans color oscuro, de pelo corto oscuro, de tez trigueña y contextura delgada, de unos 15 años de edad aproximadamente, llevando a cuesta una bicicleta de color azul estilo playera hacia la puerta de salida, manifestando que lo observó desconocido por lo que decide salir del departamento hacia su encuentro para saber qué estaba pasando, momento que se encontraba a unos escasos metros se encuentra con quien sería un menor de edad, el cual le refiere que había entrado sólo para tomar agua, el dicente le refiere qué hacía la bicicleta, este haciéndose el desentendido en todo momento por lo que obliga al mismo a que se arrojara al piso observando que empuñaba algo entre sus manos siendo esto lo que sería un desodorante, dándose cuenta que el sujeto este no vivía en ninguna de las tres torres del numeral y que había ingresado con fines de robo, refiere que en ningún momento el masculino opuso resistencia, como tampoco intentó agredir físicamente al mismo, una vez controlada la situación se comunica con el 911 que luego de unos minutos se hace presente personal policial, anoticiándolo de lo sucedido se hacen cargo de la situación, colaborando los uniformados para poder dar con el propietario del rodado siendo este Gonzalo Alberto Pérez...”.

Ahora los insomnios y las preguntas de Hernán quedan también con los/as lectores/as.


Notas

1- Abogado, becario del Instituto de Derecho Penal, adscripto a la Cátedra II de Derecho Penal 1, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, UNLP.

2- Abogado, Profesor titular de la Cátedra II de Derecho Penal 1 de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, UNLP; Director del Instituto de Derecho Penal y del Instituto de Derechos del Niño de la mencionada facultad; Juez del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 3 del Departamento Judicial La Plata.


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