Cuento: Ian Po no conoce Argentina

Por Agustín, 10 años 1

Ian Po no conoce Argentina, decide viajar desde su país Japón. Se despide de su abuelo, de su abuela, de su mamá, de su papá, de sus tíos y de toda la familia inmensa que ha ido hasta el aeropuerto. Es la primera vez que viaja en avión, al subir ve que el avión es un pasillo largo con ventanitas redondeadas, sillas y bandejas que se pasean entre las sillas. Ha intentado por todos los medios subir con su caballo pero no tuvo más remedio que mandarlo en barco porque no hay asientos para animales grandes en este avión. Murakao su vecino es el piloto, Murakao escribe en sus ratos libres, es decir mientras no vuela y eso le da confianza a Ian Po, cuando empieza el despegue cree ver a su caballo pero no sabe ciertamente si es su caballo porque enseguida se marea por la velocidad. Pasará a buscarlo por el puerto cuando lleguen a Buenos Aires.


Una vez en el cielo ve nubes, muchas nubes y abajo muy abajo el mundo es redondo, verde y negro.
Aterriza en un país firme que tiene un palo con una lucecita roja, señales para no chocar, allí llega un auto con una escalera desplegable y un hombre sube una manguera roja y carga con combustible el tanque del avión. Despegar otra vez. Aterrizar otra vez. Subir y bajar del cielo como tres veces en veinte horas. Llega a Argentina.
Argentina tiene perros, vacas, hombres, gallinas, campos y trenes. Los argentinos le preguntan ¿te perdiste? Pero él no entiende nada. Traía un libro para traducir pero se lo robaron cuando caminaba del aeropuerto al puerto. Pasa por un kiosco y pide brotes de soja. Brotes no hay, soja sí pero cruda y se acordó que en la mochila tenía comida preparada por su abuelo.
Llega a la estación de barcos y ve su caballo atado con una caja de avena al lado, lloran de alegría. Lloran los dos, porque los caballos lloran.
Al día siguiente comienzan la aventura por el país lejano. Abren el mapa y deciden que el primer lugar a recorrer sea un bosque, leen Misiones y para allá salen.
En el camino encuentran un perrito y lo cargan en la mochila, más adelante encuentran otro perrito, dudan, serán muchos, pero al final lo cargan también en la mochila. Tanto sol había en los caminos que Ian Po se compra un gorro, que no es igual a los japoneses, no tiene paja, no tiene cordón y se escapa de la cabeza. Todo mal. Los autos pasan volando, nunca había visto autos volando. Los bocinazos asustan al caballo. Los perritos no dejan de ladrar. Los mosquitos no dejan de picar. El calor no deja de calorar. El hambre no deja de hambrear. Está agotado. Ian Po está alterado y ¡quiere volver todo atrás!
Tira el gorro, deja un perrito, más adelante deja otro perrito, decide no ir al bosque, no ver Misiones, cierra el mapa, no lloran ni de alegría, embarca al caballo asegurándole una caja de avena al lado, sale de la estación de barcos, come lo que le queda de la comida del abuelo y no le importa la soja, no entra al kiosco, le devuelven el libro de traducciones, no le importan las vacas ni las gallinas, sube al avión. No ve nubes, no ve al mundo ni redondo ni verde ni negro, ni señales con lucecitas rojas, ni hombre enrollando la manguera de combustible, ni siquiera siente subir y bajar con el paso de las horas. Camina por el pasillo largo con ventanitas redondeadas, camina entre las sillas y desciende sin mareos.
Allí está su familia. Sus tíos, su papá, su mamá, su abuela y su abuelo. Aplauden. Cree ver a su caballo entre ellos pero no está seguro de que los caballos aplaudan. Está feliz.
Tal vez a Murakao su vecino piloto y escritor se le ocurra escribir un cuento con este viaje.

FIN


  1. Escrito en el marco de las actividades desarrolladas por el Área de “Arte y salud” del Hospital de Niños “Sor María Ludovica”.

 

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